La rendición de Europa, entre el costo y la cara


El reciente «acuerdo» entre los Estados Unidos y la Unión Europea en materia de comercio no parece tener muchos festejantes en el viejo mundo. Alemania dice que así se evitará una guerra comercial, España reconoce que el trago es amargo pero no queda otra, y Francia califica ese momento como un día negro de la historia europea. Si aún existen dudas acerca de quién gana y quién pierde, basta recorrer el boletín de victoria de la Casa Blanca. Habla de inversiones masivas en EE UU por U$S 600 mil millones durante el gobierno Trump; la compra de energía por 750 mil millones; bajas substanciales en los aranceles aduaneros y generosas cuotas de importación; no habrá aranceles para productos industrializados estadounidenses; se prohíbe la triangulación comercial a través de otros países; Europa podrá beneficiarse del cerdo y de otros  productos lácteos del medio-oeste; no habrá barreras digitales; se alentará la provisión de semiconductores a Europa; y existe el compromiso europeo para la compra masiva de armamento estadounidense.

Es interesante notar cómo el Occidente colectivo clamó por decenios y decenios para terminar con las barreras proteccionistas que vulneraban los principios del libre comercio, de GATT en OMC, con cláusulas de nación más favorecida y con todo tipo de barreras para-arancelarias para proteger los mercados propios mientras copaban los ajenos, en especial en lo que fue el tercer mundo, los emergentes o el actual sur global. ¡¡Ah, el libre comercio, genuina expresión del mercado, fuente de toda libertad!!

De paso queda resuelta la cuestión teórica entre David Ricardo y Friederich List en cuanto a comercio internacional. Ricardo recomendaba que cada país se especializara en lo que produce con menores horas de trabajo, y así importar productos que fueran más baratos con otros países, en lo que será la división internacional del trabajo (engendrará la desigualdad de los términos del intercambio). En cambio, Friederich List consideraba que las naciones, llegadas a un cierto grado de desarrollo industrial, «empujaban la escalera» para que ninguna economía pudiese seguir el mismo camino. El proteccionismo aparece como un momento en el cual las industrias locales pueden desarrollarse hasta poder competir en el mercado mundial, al menos en cuanto a productividad. En ambos casos hablamos de decisiones políticas.

Por eso, a lo que asistimos es al regreso de los EE UU al proteccionismo (que nunca abandonó del todo). Eso fue lo que predicaron y practicaron durante el tiempo. Basta leer lo que pensaba Alexander Hamilton acerca de las consecuencias desastrosas de conseguir la soberanía sin independencia económica. Quizás quien mejor los expresó fue Ulysses Grant, cuando a fines del siglo XIX le recordó a los británicos que ellos habían usado la protección aduanera todo lo que fue necesario para que Inglaterra fuera fuerte. Y que la dejaron cuando no la necesitaron más. Por eso, sostuvo  que “cuando EE UU haya aprovechado todo lo que la protección puede ofrecer, entonces adoptaremos el libre comercio”. Y así fue. Pero cuando el libre comercio ya no los favorece, es tiempo de volver al proteccionismo. El asunto es que mientras Hamilton y Grant tenían cierta idea de desarrollo, Trump parece tener más bien un plan de negocios. Mal no le va: impuso 15% de derechos de importación para los productos de la UE y mantiene el 50% para el acero. ¿Sustitución de importaciones? Los productos norteamericanos ya no tendrán aranceles para entrar a Europa, salvo algunos rubros agrícolas. Por ahora. ¿Sustitución de producción local? En ese contexto, la famosa productividad que permitirá, acaso, la sobrevida de la economía Europa pasará por innovaciones tecnológicas insospechadas o por el ajuste sobre el ingreso de los trabajadores, así como el recorte del gasto público. También veremos a los europeos salir a negociar tratados de libre comercio con países o regiones que acepten, para imponer similares condiciones que les impone EE UU a ellos.

Quedará para la historia que quien destruyó la economía europea no fue la Federación de Rusia, sino los mejores aliados como EE UU. La guerra que Europa mantiene contra Rusia por interpósita Ucrania ya es ruinosa de por sí. Pero no parece haber adultos en la sala de la Comisión Europea que hayan leído a Bismarck sobre la fatalidad de una guerra en dos frentes, al mismo tiempo. Habrá que ver las consecuencias sociales y políticas de estas medidas, pues si la derrota lleva la firma de Europa las consecuencias se darán en cada uno de los países. Donde además hay elecciones.

Úrsula Von Der Leyden, la presidenta de la Comisión Europea, defiende el acerado, «traerá certezas y previsibilidad de ambos lados del Atlántico”, no sin reconocer que Trump es “un negociador duro pero justo”. No parecía de muy buen semblante al estrechar la mano de Trump, lo que remite a esa frase atribuida a José «Tati» Vernet: «El problema no es perder, sino la cara de tonto (usó otro adjetivo) que te deja». «



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