el llanto en silencio de una generación destinada a morir

el llanto en silencio de una generación destinada a morir


En Gaza, los bebés ya no tienen fuerzas ni siquiera para llorar. Mueren en silencio, consumidos por el hambre, en los brazos de sus madres. Zainab Abu Halib fue una de ellas: no llegó a cumplir su primer año de vida y murió pesando menos que al nacer.

Abu Abed Moughaisib, coordinador médico de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Gaza, describe el devastador proceso del hambre infantil: “En las primeras 6 a 24 horas, el azúcar en sangre desciende y el cuerpo utiliza el glucógeno almacenado para sobrevivir. De uno a tres días, ese glucógeno se agota y el cuerpo comienza a quemar grasa. Luego, entre los días tres y cinco, empieza a descomponer los músculos, incluso los del corazón. Es en ese momento cuando los niños dejan de llorar: están en modo de supervivencia”.

Los niños y niñas que logran llegar a alguna de las pocas clínicas aún en pie presentan un cuadro desgarrador: ojos hundidos, sin fuerzas para comer, sin lágrimas. En las últimas horas, la cifra oficial de muertes por desnutrición ascendió a 180. Todo esto ocurre a la vista del mundo.

“Fue torturado durante cinco meses hasta que murió”, dijo su madre mientras preparaban el cuerpo de su único hijo para el entierro.

La madre de Abdul Salam Abu, con su hijo muerto en brazos, grita con desesperación:
“¡Oh mundo, salva a los niños de Gaza! Están sufriendo bajo el asedio y la injusticia de todos”.
Abdul Salam tenía apenas cuatro meses. Nació con una afección hepática tratable, pero se le negó la evacuación médica y los medicamentos básicos, debido al bloqueo impuesto por el gobierno de Israel. Murió tras días de sangrado, con el bazo agrandado y un cuadro de hiperbilirrubinemia.

Desde hace dos años, Israel acusa a Hamás de manipular y bloquear la distribución de ayuda humanitaria, pero hasta ahora no ha presentado pruebas de que el grupo haya robado alimentos de forma sistemática.

En un reciente mensaje a la nación, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, admitió que accedió a enviar ayuda humanitaria únicamente por presión internacional. Sus palabras dejaron en claro que su gobierno actúa por la exigencia de otras naciones y organismos. El objetivo de su política es evidente: someter al hambre a 2,3 millones de palestinos y lograr el dominio total de la Franja de Gaza.

En las últimas horas, Netanyahu confirmó que apunta a tener el control militar de la Ciudad de Gaza. Durante una entrevista con la cadena FOX News, el primer ministro afirmó que el gobierno de Israel no pretende gobernarla: “Queremos entregársela a las fuerzas árabes que la administrarán adecuadamente”.

Esta decisión, aprobada por el gobierno israelí, generó preocupación internacional. Volker Türk, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, advirtió que la medida debe detenerse, ya que podría profundizar la crisis humanitaria y provocar “un sufrimiento insoportable” a los civiles de Gaza.

En la misma línea, familiares de los rehenes que continúan secuestrados por Hamas calificaron la postura de Netanyahu como una “imprudencia” y exigieron alcanzar un acuerdo con Hamas para liberar a sus seres queridos.

El jueves 7 de agosto, durante una protesta frente al despacho de Netanyahu, familiares de los secuestrados, portando antorchas y fotografías de sus allegados, denunciaron que el gobierno los “está llevando hacia una catástrofe colosal para los rehenes y para los soldados”. Además, advirtieron que buscar la ocupación de Gaza significaría el abandono de los rehenes. A nivel internacional esta medida de Netanyahu y su gabinete de seguridad genero un fuerte rechazo. El Canciller alemán, Friedrich Merz, anunció que su país, el segundo proveedor de armamento después de Estados Unidos, suspende el envío a Israel de armas que puedan ser utilizadas en Gaza.

Mientras tanto, aviones de ayuda humanitaria arrojan alimentos a cuentagotas en paracaídas sobre zonas controladas por el ejército israelí, inaccesibles y peligrosas para la población civil. La escena, más que ayuda, parece un acto cruel. Incluso en medio de una simbólica tregua, Israel continúa con estos operativos aéreos, al tiempo que niega la existencia de una hambruna y rechaza toda responsabilidad por la falta de alimentos.

El gobierno israelí lleva adelante un plan sistemático de exterminio del pueblo palestino en Gaza. Está cometiendo un genocidio. Las similitudes con otras masacres del siglo XX, como el genocidio armenio perpetrado por el Estado turco en 1915, resultan inquietantes. Tanto Netanyahu como el Estado que representa niegan los hechos mientras ejecutan acciones sistemáticas de destrucción y muerte.

En una reciente entrevista, Nadav Weiman —exsoldado de las Fuerzas Especiales israelíes y actual director de la ONG Rompiendo el Silencio— confirmó al periodista Martín Gak que los soldados israelíes reciben órdenes estrictas de usar a los palestinos capturados como escudos humanos. Los visten con uniformes del ejército, les colocan cámaras en el pecho y los envían a inspeccionar áreas, túneles o casas antes que los soldados. Son considerados elementos descartables, y no se trata de hechos aislados: es una práctica habitual, ejecutada bajo mando oficial.

Bombardeos sobre hospitales, escuelas, campamentos y viviendas se justifican, según Israel, por la supuesta presencia de miembros de Hamás, aunque nunca se han presentado pruebas concluyentes. Las fuerzas armadas israelíes incluso disparan contra civiles que hacen fila por un plato de comida. Las imágenes de niños desesperados, quemados por sopa derramada en estampidas por alimentos, se han vuelto comunes.

En Gaza, día tras día, las familias se desintegran. Madres que ven morir a sus hijos, hermanos que lloran a otros hermanos, huérfanos que no entienden, mujeres que preferirían ser alcanzadas por una bomba antes que seguir viendo morir lentamente a los suyos por inanición.

Estas no son escenas de guerra. Son escenas de un genocidio. El Ministerio de Salud de Gaza informó que, desde el inicio del conflicto, se registraron 60.034 muertes y 145.870 personas heridas. De la totalidad de los muertos, 18.500 son niños.

El médico cirujano estadounidense Feroze Sidhwa trabajó entre el 25 de marzo y el 8 de abril en el European Hospital de Khan Younis, Gaza. Durante su voluntariado, vivió algo que lo marcó:
“Casi todos los días que estuve allí, vi a un niño pequeño que había recibido un disparo en la cabeza o en el pecho”. Fueron 13 casos. Todos murieron.

Al compartir su experiencia con un colega que había trabajado en otro hospital de Gaza dos meses antes, confirmó que no se trataba de hechos aislados. “No podía creer la cantidad de niños con disparos en la cabeza”, dijo Sidhwa. “Sí, yo también. Todos los días”, le respondió su colega.

En un artículo publicado el 9 de octubre en The New York Times, Feroze Sidhwa reúne el testimonio de 65 médicos, enfermeras y paramédicos que trabajaron en Gaza. 44 de ellos aseguraron haber atendido varios casos de niños y preadolescentes con disparos en la cabeza o el pecho.

Tras regresar, Sidhwa brindó testimonio ante el Consejo de Seguridad de la ONU. En su contundente discurso, afirmó: “El sistema médico no ha fallado. Ha sido desmantelado sistemáticamente por una campaña militar sostenida que ha violado intencionalmente el derecho internacional humanitario”.

Y agregó: “Según War Child Alliance, casi la mitad de los niños son suicidas. Preguntan: ‘¿Por qué no morí con mi hermano, mi madre, mi padre?’. No por extremismo, sino por un dolor insoportable. Me pregunto si algún miembro de este consejo ha visto a un niño de cinco años que ya no quiera vivir”.

La comunidad internacional debe condenar este genocidio. No es una guerra, ni una tragedia. Es un genocidio. No hay margen para moderados ni para palabras ambiguas. Todos los días, vemos en vivo la masacre de un pueblo. El desprecio absoluto por la vida.

La muerte en Gaza ya es parte del paisaje cotidiano. Las imágenes de niños desnutridos, sostenidos por madres desbordadas de dolor, se repiten una y otra vez. El mayor peligro ya no es solo la hambruna o los crímenes de guerra que vemos a diario. El mayor peligro es que el mundo se acostumbre a estas escenas.



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