A sus cien años de vida, Ricardo Napuri sigue convencido de la misma utopía que abrazó el día de 1948, cuando Silvio Frondizi lo convenció de ser un militante de la causa mundial socialista: 77 años después, cumple un siglo de vida cargado de aventuras, con la memoria intacta del guerrero obligado al reposo, en un ancianato de Lanús.
Allí, con la contribución de un grupo de amigos y amigas, agota sus días y sus noches entre ancianas y ancianos que solo esperan el día siguiente para ver el sol.
Nacido un 9 de agosto de 1925, fue impactado por tres de las cuatro contorsiones geopolíticas globales, la de 1945, la de 1991 y la actual en curso. Sintió a distancia los influjos contradictorios de las únicas cinco revoluciones socialistas triunfantes y estabilizadas del siglo pasado, después de la soviética.

Con esas vibraciones de su tiempo histórico, ingresó a la militancia de la mano del profesor marxista argentino Silvio Frondizi, hermano del presidente de 1948.
Pero su objetivo en la vida era otro. Se graduó de teniente de la Aviación Militar, atleta nacional y por algunos años estudiante en la Universidad de San Marcos, en Lima.
Fue deportado siete veces de cuatro países, con algunos años de presidio. En 1979 lo eligieron diputado constituyente, ayudó a redactar la nueva Constitución, luego fue votado como Senador Nacional. Víctima del Plan Cóndor, Eduardo Duhalde, el ex Secretario de Derechos Humanos de Cristina Fernández, le promovió una pensión de resarcimiento.
Sufrió el destierro de Perú a Argentina en 1948 por negase a ametrallar una huelga de mineros y en Buenos Aires, el presidio temporal por desobedecer una orden militar. En 2008, Hugo Chávez definió como “un mérito” aquella desobediencia al mando militar. Esto lo expresó durante el acto de Homenaje a León Trotsky, organizado por su gobierno.
Participó de tantas acciones y escenarios, que su vida podría ser relatada en actos, personalidades y aventuras, no en años.
Che Guevara, Hilda Gadea, Salvador Allende, Vargas Llosa, Velasco Alvarado, John Wiliam Cook, Lidia Gueiler, Juan José Torres, Silvio Frondizi, Hugo Chávez, Marcos Kaplan, son algunos con quienes trató o militó. Incluso, a finales de los años 60, intentó enrolar en su partido al novelista Mario Vargas Llosa, pero este prefirió la diletancia entre Caracas y París, con los 100 mil dólares del Premio de novela Rómulo Gallegos.
Estuvo en una treintena de rebeliones, conspiraciones y asonadas, además de huelgas mineras y experiencias partidarias, como la construcción del fuerte partido de cuadros Vanguardia Revolucionaria, o su actividad en la Asamblea Popular de Bolivia (que René Zavaleta -sociólogo boliviano- llamó el «soviet del altiplano»).
A mediados de los 60 ayudó a reorganizar la Central Obrera de Perú, CGTP. El golpe contra Allende lo encontró en las calles de Santiago alborotado con los jóvenes que esperaban armas para defender al gobierno de Allende.
Ricardo sigue pensando en las vueltas el mundo. Consume horas mirando Telesur y RT y corrigiendo sus memorias del año 2009. Quiere modificar lo que dijo sobre Allende y Chávez y otros párrafos.
Sin partido ni escuchas para transferir su compleja experiencia, soporta en silencio la frustración alienante del solitario acorralado que recibe el trato de un anciano más y no del personaje que fue.
Ricardo Napuri Shapiro, hijo de una argentina judía y un padre cristiano de Perú, pertenece a la generación del siglo XX más cargada de romanticismo. Del mismo crisol histórico surgieron Fidel Castro, el Che Guevara, Hugo Blanco, Francisco Caamaño, Agustín Tosco, John William Cook, Camilo Torres, José Vicente Rangel, Salvador Allende y otros/otras.
Napurí es un continuador y tributario tardío del fundador del marxismo latinoamericano, Carlos Mariategui, el autor de los Siete ensayos de la realidad peruana.
Desde los años turbulentos de la Constituyente peruana de 1979, su figura es indisociable de la de Hugo Blanco, el más heroico de los dirigentes de ese país andino. Blanco organizó los sindicatos campesinos que conquistaron la reforma agraria mediante la lucha armada.
Pero veinte años antes, en 1959, viajó a la Habana junto a la madre del Che en una variopinta delegación de Argentina.
En sus memorias y charlas, Ricardo siempre recuerda los dos “encargos” del Che Guevara para volver a Lima meses después. El primero era formar una guerrilla local. Eso lo resolvió fácil con Luis De la Puente aunque duró poco; pero el segundo encargó todavía le remueve la memoria. Debía decirle a Hilda Gadea, la primera esposa del Ernesto Guevara, que “por favor no viajara” a La Habana, porque él se había enamorado y casado con Aleida March, una guerrillera cubana. “La gente que idolatra al Che, olvida que era un ser humano como otros”, advierte, mirando el verde jardín del ancianato.
La personalidad política de Ricardo Napurí se formó entre los años finales del primer peronismo, el impacto de la Revolución Cubana y el Perú levantisco de los años 60, 70 y 80.
Los 80 fueron determinados por la caída de Velasco, las rebeliones obreras y la Constituyente. En ese escenario se convirtió en una personalidad nacional de la izquierda. Con una personería prestada (el FOCEP) y al lado de la figura dominante de Hugo Blanco, obtuvo junto con otros dirigentes como Héctor Béjar, posterior Canciller de Pedro Castillo, más del 30% de los votos. Tamaña osadía parlamentaria solo fue alcanzada y superada en Chile en 1970 y en la Venezuela de 1979.
Ricardo Napurí, con 100 años de intensa vida, es una imagen destacada de esa fotografía histórica.