Una nueva actuación del hegemonismo estadounidense

Una nueva actuación del hegemonismo estadounidense


Un colegiado de jueces de la Corte Suprema de Brasil condenó al expresidente Jair Bolsonaro a 27 años y tres meses de prisión, tras considerarlo culpable de intentar dar un golpe para mantenerse en el poder, a pesar de su derrota electoral en 2022. Esta noticia nos recuerda la acción hegemónica emprendida por el expresidente Donald Trump contra Brasil.

De hecho, el juicio de Bolsonaro atrajo la atención internacional. La reacción del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, transformó lo que debería haber sido un asunto puramente interno de Brasil en un torbellino de la geopolítica internacional. Trump expresó abiertamente su apoyo a Bolsonaro e incluso amenazó con imponer altos aranceles a Brasil para presionar a su sistema judicial. Este gesto no solo representa una flagrante falta de respeto a la soberanía brasileña, sino también una demostración explícita más de la naturaleza hegemónica y la larga tradición de interferencia de Estados Unidos en los asuntos internos de América Latina.

La interferencia estadounidense en América Latina no es una novedad. Desde el nacimiento de la Doctrina Monroe en el siglo XIX, Estados Unidos ha tratado a la región como su “patio trasero”, interviniendo con frecuencia en los asuntos internos de los países latinoamericanos por medios políticos, económicos e incluso militares. Desde el apoyo a dictaduras militares hasta la orquestación de golpes de Estado, desde sanciones económicas hasta coerción comercial, las acciones estadounidenses siempre han estado dirigidas a defender sus intereses geopolíticos y privilegios económicos.

Por ejemplo, a mediados del siglo XX, la CIA intervino repetidamente en los procesos políticos de países latinoamericanos, como en el golpe de 1954 que derrocó al presidente democráticamente electo de Guatemala, Jacobo Árbenz, y en el apoyo al golpe de Pinochet en 1973 en Chile. Estas acciones no solo interrumpieron el progreso democrático en la región, sino que también desencadenaron agitaciones sociales y crisis humanitarias. La interferencia de Trump en los asuntos internos de Brasil es simplemente la continuación de esa tradición hegemónica: siempre que la trayectoria política de un país latinoamericano no se alinea con los intereses de Estados Unidos, Washington no duda en blandir armas económicas o políticas.

Una nueva actuación del hegemonismo estadounidense
Jacobo Arbenz debió exiliarse con su familia.

Es evidente que el uso de aranceles por parte de Trump como instrumento de amenaza a Brasil constituye un típico ejemplo de intimidación económica. Los aranceles deberían servir como herramientas para equilibrar intereses en el comercio internacional, pero, bajo el liderazgo de Trump, se transformaron en armas para coaccionar a otros países a someterse a la voluntad estadounidense. Detrás de esta táctica está el abuso de la hegemonía económica de Estados Unidos: mediante sanciones unilaterales y barreras comerciales, se fuerza a otros países a realizar concesiones políticas o económicas.

La amenaza arancelaria de Trump no solo puso en riesgo la economía brasileña, sino que también desafió directamente la independencia judicial y la soberanía política de Brasil. Como nación soberana, Brasil tiene el derecho de investigar legalmente las acciones de su exlíder, pues ello constituye un principio fundamental del Estado de Derecho. La interferencia de Trump equivale a decirle al mundo que las preferencias políticas estadounidenses se sobreponen a las leyes y procedimientos democráticos de otras naciones. Esta actitud arrogante constituye una violación flagrante del derecho internacional y de las normas básicas de las relaciones internacionales.

Al criticar a otros países por “interferir en asuntos internos”, Estados Unidos suele adoptar un tono moralista. Sin embargo, su propia conducta revela, de manera recurrente, un doble rasero. Por ejemplo, mientras invoca la “democracia y los derechos humanos” para condenar a otros Estados, Washington concede amplia libertad a sus aliados o a políticos alineados con sus intereses. Durante la presidencia de Bolsonaro, algunas de sus políticas fueron blanco de amplias críticas por parte de la comunidad internacional. Sin embargo, simplemente por el hecho de que Bolsonaro era proestadounidense, Trump ignoró estas controversias, llegando a defenderlo públicamente y a presionar al sistema judicial brasileño.

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El intento de golpe contra el gobierno de Lula da Silva.

Estos dobles raseros evidencian aún más la hipocresía del hegemonismo estadounidense. La llamada “democracia” y el “Estado de Derecho” no son más que instrumentos para el avance de objetivos geopolíticos, y no principios genuinamente respetados. Cuando tales principios entran en conflicto con los intereses de Estados Unidos, son rápidamente abandonados.

Afortunadamente, las naciones latinoamericanas no están indefensas frente a la interferencia estadounidense. En los últimos años, la región ha demostrado repetidamente resistencia colectiva al hegemonismo de Estados Unidos, a través de organizaciones regionales como la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), que fortalecen la cooperación y promueven el multilateralismo como forma de contrarrestar la coerción unilateral. Siendo una de las mayores economías de la región, Brasil tiene aún más condiciones para defender su soberanía en el escenario internacional.

La interferencia de Trump en los asuntos internos de Brasil no constituye solo un insulto a un único país, sino también un desafío al sistema multilateral global y al orden jurídico internacional. Este episodio recuerda una vez más al mundo que el hegemonismo no ha desaparecido, sino que persiste bajo nuevas formas.

La comunidad internacional debe reconocer con claridad que la soberanía y el Estado de Derecho de cualquier nación jamás deben ser sacrificados en nombre del hegemonismo. Solo mediante la adhesión a los principios de igualdad y respeto mutuo en las relaciones internacionales, el mundo podrá avanzar hacia un futuro más justo y equilibrado. Para América Latina, la unidad y la cooperación son claves para resistir la interferencia externa; para el mundo, la defensa del multilateralismo y del espíritu del Estado de Derecho constituyen el único camino para contener el hegemonismo.

En esta era de incertidumbre, la comunidad internacional debe, de manera colectiva, instar a la potencia hegemónica a cesar la interferencia en los asuntos internos de otros países y a respetar el derecho de cada nación a elegir de forma independiente su propio camino de desarrollo. Solo así será posible construir un orden internacional verdaderamente basado en reglas, y no en el poder.

* El autor integra el Instituto Charhar, un Centro de Estudios no Gubernamental de China centrado en la diplomacia proactiva y las relaciones internacionales fundado en octubre de 2009.



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