Francia da la sensación de ser ingobernable tras la renuncia del tercer primer ministro en poco más de un año, en medio de una fuerte división entre los tres bloques que dominan la Asamblea Legislativa. Sébastien Lecornu asumió el nuevo Ejecutivo con una evidente fragilidad por la amenaza de una nueva moción de censura, la presión para llevar a cabo un drástico ajuste que estabilice las cuentas del país, y el rechazo de los sindicatos y manifestantes que tomaron las calles, sabiendo que está en juego el estado de bienestar. Las oportunidades se le están acabando al presidente Emanuel Macron, y el ex ministro de Defensa necesita demostrar que su gobierno continúa siendo viable, mientras aumentan los reclamos para que renuncie y organice elecciones anticipadas. El gobierno aseguró que la convocatoria bajo el lema “bloqueemos todo” había sido un fracaso, pero la impopularidad de las medidas que pretenden tomar amenaza con derivar en un nuevo movimiento como el de los chalecos amarillos, que ya paralizó el país.
Los socialistas, que se perfilan como el posible salvavidas de Lecornu, reclaman que se aumente el impuesto a las grandes fortunas para evitar un ajuste que rondaría los 44 mil millones de euros; pero el gobierno se enfoca en convencer a la opinión pública de que el ajuste es inevitable, y advierte que ignorar un déficit del 6% y una deuda que alcanza el 114% del PIB es “un paso hacia el abismo”. No obstante, recientemente presentó un plan de rearme que llevará el presupuesto en Defensa hasta los 70 mil millones de euros, duplicando el gasto en comparación con el 2017; lo que revela que el recorte es sólo una cuestión de prioridades. Macron asegura que el presupuesto no impactará en la deuda pública, ya que sería financiado mediante más actividad y producción, pero el plan no ayuda a contener el descontento. El mandatario necesita que los franceses decidan renunciar motu proprio a ciertas garantías que les brindaba el Estado a cambio de impulsar la industria armamentística nacional; y eso sólo puede pasar infundiendo miedo, apelando al patriotismo, y asegurando que los recursos destinados a Defensa “son el precio de la libertad”.

Con Donald Trump exigiendo que los miembros de la OTAN aumenten el gasto militar al 5% del PIB, el dilema de Francia (aunque agravado por una deuda insostenible), es el de toda Europa, que encontró en Rusia la amenaza perfecta. Casi todos los líderes del continente aseguran que Moscú continuará su guerra más allá de Ucrania, y que sus supuestas ambiciones expansionistas hacen prácticamente inevitable un choque directo. Europa crea un enemigo al que temer aprobando sanciones, enviando armas y mercenarios, entrenando militares ucranianos, amenazando con desplegar tropas en el terreno; y cuando la posibilidad de un conflicto es lo suficientemente grave, dispara el gasto en Defensa a costa del estado de bienestar. Macron se alineó con una agenda geopolítica que ignora las urgencias internas, y fomenta el equilibrio fiscal mientras aumenta el gasto. El llamado presidente de los ricos reclama austeridad de los sectores más vulnerables, pero se niega a aumentar los impuestos a las grandes fortunas, profundizando la fractura entre los discursos de las élites y las urgencias reales del pueblo francés.