La Historia es una ciencia social que estudia el pasado de las sociedades humanas utilizando el método científico para investigar, interpretar y reconstruir eventos a partir de diversas fuentes.
La narrativa política es un guion estructurado para promover o desprestigiar procesos o personas sin ningún objetivo académico.
La diferencia es que la historia suele difundirse en libros e impartirse en aulas primarias, secundarias, universitarias. La narrativa política suele difuminarse en medios de comunicación, redes sociales, para crear determinado clima de opinión pública.
Cuando la narrativa política, siempre interesada, sustituye a la ciencia de la historia el riesgo es apocalíptico. La población mayoritaria sin gran ilustración, los niños y los jóvenes que comúnmente tienen más afición por las pantallas que por los libros, tendrán una imagen del presente y el pasado distorsionada y propuestas de futuro que oscilarán entre el desinterés por lo público o la ausencia de rechazo a todas las monstruosidades del pasado. La reflexión viene a cuento observando los sucesos y tendencias desde fines del siglo XX.
Los medios de difusión como periódicos, radio, televisión y películas impusieron su narrativa interesada de la historia reduciendo el papel del Ejército Rojo y acrecentando el rol de Occidente en la derrota del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
En este siglo XXI con las redes sociales manejadas por granjas de bots y el impetuoso crecimiento de la inteligencia artificial el riesgo es apocalíptico.

El gobierno de Estados Unidos mostrando imágenes forjadas con inteligencia artificial destruye con poderosos barcos insignificantes lanchas de pescadores en aguas del Caribe y le llama a eso exitoso combate contra la invasión de estupefacientes. De esta manera pretende justificar su carencia de serias políticas de combate al consumo de drogas ilícitas por parte de la población estadounidense y legitimar el asesinato sin juicio alguno de pescadores artesanales. Además de amenazar a Venezuela, su soberanía, su población y desestabilizar la zona del caribe que ha sido siempre, como decía el ilustre dominicano Juan Bosch, “frontera de imperios”.
En Gaza la humanidad presencia un genocidio televisado diariamente con más de sesenta mil muertos, entre ellos más 20 mil niños, pero la narrativa política de Benjamín Netanyahu, auspiciada por el gobierno de EE UU es que el único responsable es Hamás, el grupo terrorista de origen islámico.
En México una oposición sin apoyo popular, sin ideas, sin líderes respetables recurre diariamente a las fakenews para intentar desprestigiar a la Presidenta Claudia Sheinbaum. Ella ha aparecido con imágenes forjadas con inteligencia artificial saludando la muerte del senador colombiano Uribe Turbay.

Hay un empresario delincuente fiscal que se defiende para no pagar decenas de miles de millones de pesos de impuestos con argucias pseudolegale. Pretende que sus deudas de más de 500 millones de dólares a empresas de Estados Unidos las asuma el estado mexicano y su defensa no es ninguna ley sino una televisora de la que es propietario y la complicidad de la oposición mediática mexicana con más audiencia que la oposición política. Su narrativa es que México camina hacia una dictadura marxista.
En Argentina Javier Milei acusa a la narrativa política opositora que desprestigiar a su círculo íntimo por corrupto, como responsables de su decadencia, para ocultar, sin éxito alguno, el fracaso de su modelo de ajuste cruel, represivo, corrupto, rechazado ampliamente por la población.
En Brasil el gobierno de EE UU pretende convertir con narrativas falsas un superávit comercial en déficit para ocultar que la guerra arancelaria contra Brasil no es en defensa de la economía sino del condenado por golpista Jair Bolsonaro.
Se podrían citar miles de episodios actuales en los cuales la narrativa política interesada pretende reemplazar la Historia Científica para moldear como plastilina el estado de ánimo social.

Sin embargo lo importante no es hacer un archivo gigantesco de narrativas políticas que pretenden sustituir la ciencia histórica sino calibrar los tremendos riesgos de esta tendencia para el mundo. Podríamos extrapolar in extremis que si esta terrible tendencia no es detenida estatal y socialmente a mediados podría imponerse una narrativa que haga de Adolfo Hitler un folklórico alemán amante del pastel de grosellas y la cerveza. Que ignore que fue la batalla de Stalingrado el punto de inflexión de la guerra contra el nazismo en Europa. Que diga que las bombas atómicas jamás fueron usadas por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki. Que Pinochet y Videla eran patriotas salvadores de sus naciones. Que la denuncia de Giorgia Meloni-primera ministra de Italia-contra una plataforma que la presentó con imágenes forjadas con inteligencia artificial en actos sexuales nunca ocurrió y que las imágenes que motivaron su denuncia eran una película italiana de amor y erotismo. Que el estado que dirigía Volodimir Zelensky era el menos corrupto del mundo. Y así.
El riesgo en es apocalíptico. Una opinión pública mediocre, banal, puede ser nuevamente el caldo de cultivo de los peores momentos de la historia humana. Y vemos ya los primeros síntomas. Estratificar la población por su pertenencia racial fue la visión de Hitler en su libro “Mi Lucha”. Hoy el ICE en Estados Unidos racializa la sociedad estadounidense cuando persigue migrantes latinos y asiáticos, reconocibles por su aspecto físico.
Combatir el comunismo fue el pretexto de los dictadores de Brasil, Chile, Argentina, Uruguay para destruir una generación y retrasar el desarrollo democrático de esas sociedades. Hoy los que en esos países no pueden ganar elecciones miran agazapados como y cuando pueden dar su nuevo zarpazo dictatorial agitando otra vez la narrativa de la amenaza comunista.
Satanizar el islamismo como promotor de la destrucción de la familia considerada normal en otras religiones y culturas es inducir guerras religiosas y desconocer que la diversidad de culturas y religiones es la esencia de la humanidad. Y que el cristianismo y el Vaticano aceptan esa diversidad y proponen el diálogo interreligioso. La narrativa antiislamista existe y Netanyahu la usa para continuar su genocidio contra la población gazatí para construir en ese lugar un resort para millonarios occidentales, no para defender el tipo de familia occidental y cristiano.
La condición humana sorteará este riesgo apocalíptico porque es superior, como lo mostró el personaje de la novela “La condición humana” de André Malraux, el comunista ruso Katov que le entrega su pastilla de cianuro a un joven chino participante también de la insurrección de Shangai y muere quemado convencido de que el mundo del futuro tendrá una humanidad mejor.