Contra lo que decía aquel pensador riojano sobre las “casualidades permanentes”, conviene entender que los encadenamientos de sucesos son los que permiten mirar bajo la superficie en la vida política y la marcha del mundo en general. Así, dejando de lado que no hay nada como una “mano invisible” que mueve los hilos desde la trastienda -y corriendo el riesgo de ser acusado de diseminar teorías conspirativas- digamos que algo subyace en la repentina divulgación de casos de corrupción que golpean en el entorno de Volodimir Zelenski con el plan de 28 puntos de Donald Trump para un acuerdo de paz Ucrania-Rusia y la reaparición de la lista de Epstein bajo los focos mediáticos, la que -a su vez- tiene sus puntos de contacto con la ofensiva militar en el Caribe contra Venezuela, Colombia y desde luego, Brasil. A todo esto, tampoco cabe pensar en un dios jugando a los dados que acomodó la eliminación de aranceles a productos brasileños con la detención de Jair Bolsonaro.
Es una vieja estrategia histórica que el señor que ocupe circunstancialmente la Casa Blanca recurra a argucias militares en el exterior para desviar la atención sobre crisis políticas internas. Lo hizo Bill Clinton en diciembre de 1998, cuando en medio de un impeachment por el escándalo sexual con una pasante en el despacho bautizado maliciosamente “Salón Oral”, ordenó la «Operación Zorro del Desierto» contra Irak. A medida que el nombre de Trump aparecía más implicado en correos electrónicos del proxeneta de alta gama Jeffrey Epstein, también recrudecían los ataques a supuestas narcolanchas en cercanías de las costas venezolanas, donde el Pentágono inició un operativo ahora conocido como Lanza del Sur contra organizaciones caratuladas -con ese mismo vidrioso rigor jurídico- como narcoterroristas.

Algo similar, pero en sentido inverso, le ocurre al presidente (MC) de Ucrania, que justo cuando arrecian las denuncias de corrupción en su gabinete, se desayuna con un plan de paz pergeñado por Trump en Alaska con Vladimir Putin en agosto pasado. Que incluye la cesión de territorios ya ocupados por tropas rusas y la renuncia a sumarse a la OTAN y a mantener fuertes ejércitos y armamentos considerados amenazantes por Moscú. Además de que establece un plazo de 100 días posteriores a la eventual firma del pacto para llamar a elecciones presidenciales. El mandato de Zelenski expiró en mayo de 2024.
Para colmo, el plan que desarrollaron el enviado de Trump, Steve Witkoff y el asesor ruso Kirill Dmitirev, implica una capitulación no solo para Ucrania sino fundamentalmente para Europa, como refleja un artículo del diario The Guardian. Las quejas y amenazas sin sustento ni posibilidad que esgrimen los jefes de estado occidentales sí que no son casualidad. Es que se descubren apartados de cualquier conversación seria sobre el reparto del mundo y en manos de Putin, al que estuvieron vapuleando en lo que va del siglo.
Pero si se habla de capitulación es que antes hubo derrota. Y esto es lo que los allegados militares más lúcidos de Trump venían registrando desde antes incluso de que asumiera su segundo mandato. Y ante ese escenario, lo más conveniente era alejarse de ese embrollo que él no comenzó y en el que se ve envuelto un poco por su imprudencia verbal de prometer que terminaría la guerra en 24 horas y otro porque también está agarrado a situaciones internacionales por la entrepierna. Se había apresurado en campaña a prometer que liberaría los archivos de Epstein, lo que terminó siendo como un boomerang.

Es cierto que en la lista de “clientes” del empresario ligado a servicios de inteligencia hay dirigentes demócratas y de las elites internacionales -ya dejó de ser príncipe Andrés de Mountbatten y se hizo cargo el exsecretario del Tesoro de Clinton y expresidente de la Universidad de Harvard, Larry Summers- pero ahora aparecieron ¿casualmente? mails que lo involucran directamente a Trump.
Los primeros indicios de que estaba hasta el cuello en esa trama fueron revelados en esos días frenéticos en que terminó por apoyar la operación militar de Israel contra Irán, en julio pasado. De esa intervención le quedan esquirlas dentro del movimiento MAGA, extremistas de derecha pero nacionalistas, que no aceptan lo que consideran sumisión de Estados Unidos a las necesidades del primer ministro Benjamin Netanhyahu.
En ese contexto, Trump firmó una ley del Congreso que ordena publicar los explosivos archivos y la fiscal general Pam Bondi se comprometió a cumplir en un plazo de 30 días. En el medio quedan jirones de la fe de sus acólitos y una de las más acérrimas, la representante republicana por Georgia, Marjorie Taylor Greene, avisó que renunciará a su banca desde el 5 de enero. “Los dólares de los impuestos que los estadounidenses ganan con tanto esfuerzo siempre financian guerras extranjeras, ayuda exterior e intereses extranjeros», dijo en una carta al presidente.
Para relamer sus heridas, la alta representante de la UE para Política Exterior, Kaja Kallas, declaró que el plan de Trump no saldrá adelante si ellos no lo aprueban. Y dijo que la UE busca ser más «proactiva» en el Sahel para retomar las relaciones con las excolonias tras las «fallidas» juntas militares. Habrá que ver como sigue la cosa pero Trump le dio a Zelenski hasta el próximo viernes para aceptar el plan de 28 puntos.

Bolsonaro, tras las rejas
Nada mejor que machacar en caliente, dicen en las fraguas, un lugar que Lula da Silva conoce por su paso como dirigente sindical metalúrgico. Así, ni bien se conoció que el gobierno de Donald Trump había cedido en su pelea arancelaria con Brasil (ver aparte), se activó una orden de arresto contra al expresidente Jair Bolsonaro en el marco de una causa por intento de golpe de Estado.
La secuencia tiene lo suyo. Cuando Trump regresó al gobierno, en enero abrió un abanico de suba de aranceles en defensa de la producción estadounidense. Para cada país o región usó un argumento diferente. En el caso de Brasil, habida cuenta de la enemistad ideológica con Lula da Silva, la excusa fue la supuesta persecución judicial a Bolsonaro, hombre de su selecto club de extremistas de derecha.
En esa volteada cayó el titular del Supremo Tribunal Federal, el juez Alexandre de Moraes, al que la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro, que conduce nuestro conocido Scott Bessent había sancionado por “haber utilizado su cargo para autorizar detenciones arbitrarias previas al juicio y suprimir la libertad de expresión”.
De Moraes firmó el viernes la orden para llevar tras las rejas a Bolsonaro, condenado a 27 años y tres meses de prisión e inhabilitación hasta ocho años posteriores a la sentencia. O sea, 2060. Estaba con prisión domiciliaria pero se lo acusa de haber intentado romper la tobillera electrónica para escapar.
